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jueves, 23 de mayo de 2019

Travesía del certificado de defunción

Por Mario Arturo Fernández/Noticias A Tiempo

A la una de la madrugada del pasado lunes recibí la llamada que me informaba sobre el fallecimiento de mi madre, de inmediato me trasladé al departamento donde residía y minutos después a las oficinas del INACIF en las dependencias del Hospital Regional Universitario José María Cabral y Báez de esta ciudad de Santiago. Al llegar al lugar, un centinela me advirtió que esa dependencia opera en horarios de oficina, se encontraba cerrada y que reanudaría sus labores a las 8 de la mañana.


Ante la situación, me trasladé entonces a la funeraria donde contraté los servicios correspondientes que incluían embalsamar el cuerpo, el horario del velatorio, etc. lo cual estaría supeditado a la entrega del certificado de defunción. Junto al chofer de la funeraria nos trasladamos nuevamente al apartamento donde residía mi mamá y allí entregamos su cuerpo y vestimenta que sería utilizada para cubrirlo.

Antes de las 8 de la mañana retorné a las oficinas del INACIF en procura del certificado de defunción, ya que entre la entrega del documento y que la funeraria iniciara el embalsamamiento mediaría de 3 a 4 horas, ya habíamos decidido que el velatorio se realizaría a partir de las 11 de la mañana hasta 5 de la tarde tal y como informamos en nuestras redes sociales y, a través de algunos amigos periodistas.

Cuando llegué al INACIF, un empleado muy solícito me salió al encuentro y, al informarle el propósito de mi visita, me expresó que ya esa institución no se encarga de esa actuación, salvo que se trate de una muerte violenta y me invitó a dirigirme al Hospital contiguo, para que allí recibiera la asistencia debida.

Al presentarme al Hospital me informaron que esa actuación se realizaba en unos furgones ubicados en el extremo opuesto debido a que el mismo se encuentra en reconstrucción desde hace 7 años.

Cuando llegamos al área de los furgones que colinda con la marginal de la calle Sabana Larga, un joven interrumpió una amigable conversación para ponerse a mis órdenes y, al decirle lo que procuraba, me remitió a la Oficina de la Morgue, que se encuentra en la tercera planta de la antigua edificación, en una oscura parte llena de escombros de la reconstrucción donde él creía que podría recibir la atención debida. Al llegar a dicha oficina me dijeron que ellos tampoco hacían el certificado de defunción, que me dirigiera a la Dirección Regional de Salud Pública, ubicada en la Avenida Hermanas Mirabal de esta ciudad.

Avanzar dos veces por los pasillos del Hospital Regional Universitario José María Cabral y Báez que da servicio a las 14 provincias del Cibao, penetrar a su interior, ver el estado desastroso en que opera, el hacinamiento, el desorden, la precariedad, el sucio, la mentira y la desinformación, en el que hemos gastado más de 2 mil millones de pesos de los recursos públicos, una verdadera trampa, sin estacionamiento y con menos del 10% de las camas disponibles hace 20 años (antes 450 ahora 36), salimos con el doble de los deseos de llorar, además, con ganas de tirar piedras.

Al llegar a la Dirección Regional de Salud Pública, casi a las 10 de la mañana, el encargado del departamento que distribuye los certificados de defunción me dijo que para obtener finalmente el certificado de mi madre debíamos contactar a la geriatra que le atendía a quien él le había proporcionado algunos documentos para que ella misma lo llenara, luego que conseguimos el teléfono móvil de la geriatra el propio encargado le dijo lo que quería que hiciera, a lo que le respondió, que ya los geriatras no realizan esa operación sino que desde hace meses corresponde al Centro de Atención Primaria más cercano a la residencia de la persona fallecida.

Cerca de las 10:30 de la mañana llegamos al Centro de Atención Primaria correspondiente donde una joven doctora procedió a elaborar el certificado, al volver a la funeraria ya faltaban unos 10 minutos para las 11 de la mañana por cuya razón tuvimos que desistir del procedimiento de embalsamar a mi mamá ya que entre la hora del fallecimiento y del entierro habría 16 horas y no sería necesario.

Al día siguiente me trasladé a la oficialía civil a gestionar el acta de defunción, llegué con el original de la Cédula de mi madre, de la mía, tres copias de cada una así como del certificado. Luego de más de una hora de espera la secretaria que me recibió me dijo que el certificado de defunción debía estar acompañado, además, de una acta de matrimonio de mis padres ya que ella figuraba como casada, le informé que mi padre también había fallecido hace 9 meses, de inmediato procedió a devolverme los papeles porque el certificado debía ser modificado para que en lugar de casada dijera viuda.

Nuevamente me trasladé al Centro de Atención Primaria y la misma joven doctora procedió a corregir el certificado para regresar a la oficialía, allí me entregaron un formulario que debo presentar en otra fecha para finalmente tener el acta de defunción, de ahí salí pasada la una de la tarde.

La ignorancia es política de Estado en nuestro país, la desinformación es su cónyuge.

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