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martes, 10 de julio de 2018

El arte de escuchar

Por Miguel Cruz Suárez

El autor es cubano, colaborador de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.

Alipio ¨Metralleta¨ poseía una cadencia de fuego superior a las mil palabras por minuto, era un verdadero despilfarro de verbos lo de aquel hombre, que mostraba un amor desmedido por su propia oratoria y un desprecio mayúsculo por lo que otros le intentaban decir.

Cuando se inmiscuía en alguna discusión era impensable sostener con él un diálogo civilizado, arremetía contra cualquier criterio ligeramente diferente al suyo y jamás reconocía el más leve de los errores en sus consideraciones, argumentos o aseveraciones.

No se le podía dar la palabra en una reunión porque luego no era posible quitársela, se aferraba a ella con más fuerza que un perro a un hueso de pollo, la maltrataba (a la palabra) la retorcía y la deformaba, hasta que al final bajaba del podio sofocado y muy pocas veces aplaudido.

Solía irse con la primera bola y como solo escuchaba una mínima parte de los postulados ajenos incurría en equivocaciones abismales. Una noche hablábamos de la campaña de fumigación, pero Metralleta llegó dispuesto a meter la cuchara sin saber apenas del tema abordado, la cuestión fue que solo escuchó dos términos del ámbito epidemiológico: BAZUCA y TANQUE suficiente para soltar una disertación increíble sobre la Guerra del Golfo Pérsico y el papel de las bazucas en las calles de Bagdad.

Utilizaba palabras rebuscadas con evidentes fines de aplastamiento contra los rivales menos dotados, las usaba muchas veces en tono descompuesto lo que era asumido por algunos como una ofensa, al confundir un término con otro mucho más peyorativo; que se parecía, pero no significaba lo mismo.

Así fue que se ganó una soberana trompada a cargo de Mario Saco Grueso, el estibador del central azucarero, cuando inmersos en una acalorada discusión sobre la final de un campeonato de pelota local, sucedió que Metralleta quiso cerrar el cruce de palabras y en medio del bullicio de las maquinarias azucareras le espetó al corpulento oponente: VAMOS A DEJAR ESTO AQUÍ, PORQUE TU NO ERES RIVAL PARA ESTA DISPUTA, pero lamentablemente el otro entendió algo muy distinto y luego del piñazo fulminante, se disculpó asegurando haber escuchado: VAMOS A DEJAR ESTO AQUÍ, PORQUE TU LO QUE ERES ES UNA P…

Debo reconocer que en un primer momento este personaje tenía determinada simpatía de quienes veían en él a un apasionado defensor de sus puntos de vista, lo cual hacía además con ciertos conocimientos de muchos temas, pero luego fue perdiendo popularidad por su intransigencia, su egolatría y su autosuficiencia. Digamos que se fue, desde la democracia del verbo hasta la tiranía de opinión.

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