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sábado, 18 de marzo de 2017

Almagro, Venezuela como obsesión maníaca


Fuente, Cuba Debate

La obsesión en general, entre distintas definiciones, se entiende como un “trastorno que se expresa en una especie de compulsión recurrente”. Por su lado, la mitomanía ha sido definida como la mentira patológica que se expresa en una invención inconsciente y demostrable de acontecimientos muy poco probables y fácilmente refutables.
Con el argumento de que la
crisis institucional en Venezuela
exige cambios inmediatos, el
secretario general de la OEA,
Luis Almagro (en imagen de
archivo), invocó la Carta
Democrática contra el país
sudamericano. Foto: AP

Si observamos al señor Luis Almagro, actual Secretario General de la OEA, rápidamente captamos en él una conducta obsesiva en todo lo que se relaciona con Venezuela. Pero en este trastorno evidente, se encontrará que dicha conducta, además, cabalga sobre una compulsión maníaca. Una y otra vez, aparece la patria de Bolívar en la mente perturbada del señor Almagro, poblada constantemente de falsificaciones fácilmente demostrables.

Ahora bien, que un personaje padezca de tales dolencias, ciertamente es un problema. Pero si el mismo ostenta un cargo como Secretario General de una organización multinacional, puede representar un peligro cierto. ¿Cómo llegó allí? Llegó tomado de la mano de José Pepe Mujica, quien lo había hecho su Canciller cuando ejerció la Presidencia del Uruguay. En aquellos tiempos, Almagro había mudado sus simpatías del derechista Partido Nacional, al izquierdista Frente Amplio, identificándose con sus postulados.

Cuando Pepe Mujica decide apoyarlo como candidato a la Secretaría General de la OEA, logra el voto de Venezuela que ya albergaba algunas dudas para tal apoyo.

La organización de los Estados Americanos, liderizada por este señor, olvidó sus objetivos y propósitos fundamentales, como afianzar la paz, la solidaridad, la defensa de la soberanía y el respeto al principio de la no intervención. Para atacar a Venezuela, olvidó los problemas humanos, como erradicar el terrorismo y la pobreza extrema de un continente.

La OEA, por su parte, es un cuerpo que languidece desde hace años por el rol que muchas veces cumplió como “Ministerio de Colonias” de los Estados Unidos de Norteamérica, tal como la calificara el muy bien recordado Canciller Cubano Raúl Roa.

Nacida en medio de la sangre del “Bogotazo”, donde miles de colombianos murieron al reaccionar frente al vil asesinato de su líder Jorge Eliécer Gaitán, la OEA surgió como parte de la Conferencia Internacional Americana, en 1948. Desde entonces, su historia se ha caracterizado por dar la espalda a los pueblos de Nuestra América y callando o respaldando intervenciones, golpes de Estado y crímenes de distinta naturaleza. No por simple casualidad, Cuba quedó fuera de dicha organización desde el 31 de enero de 1962.

Tal realidad, unida al despertar de los pueblos, con liderazgos como el de Chávez, Kirchner, Evo, Rafael Correa, Lula, Dilma y los brotes en miles de jóvenes, ha provocado el surgimiento de nuevas organizaciones como los casos de UNASUR y la CELAC, con un rol creciente en los escenarios regionales y mundiales. Este proceso va colocando progresivamente a la OEA como un cuerpo sin verdadera representatividad de nuestros pueblos.

Hay buenas razones para pensar que esta organización difícilmente pueda cumplir un rol positivo para la región. Al menos con una Secretaría General que, lejos de ocuparse de promover la unidad, la paz y el buen relacionamiento entre nuestros países, emplea posición y recursos –propios y ajenos- colgado en los faldones del poder imperial del Norte y de la más agresiva derecha del continente, buscando provocar una intervención violenta con explícito apoyo de sectores desquiciados dentro de Venezuela. De qué otra manera pueden entenderse palabras y llamamientos como:

“Aprobar la suspensión del desnaturalizado gobierno venezolano es el más claro esfuerzo y gesto que podemos hacer en este momento por la gente del país, por la democracia en el continente, por su futuro y por la justicia”…”Hoy en Venezuela ningún ciudadano tiene posibilidades de hacer valer sus derechos; si el Gobierno desea encarcelarlos, lo hace; si desea torturarlos, los tortura; si lo desea, no los presenta a un juez; si lo desea, no instruye acusación fiscal. El ciudadano ha quedado completamente a merced de un régimen autoritario que niega los más elementales derechos”.

Con expresiones tan alucinadas sobre un país ¿qué puede esperarse sino una intervención? Pero, ¿y las consecuencias de una acción como la deseada por este señor? No fue así como se crearon los falsos escenarios para la destrucción de Libia? Y, ¿piensa, élque es posible destruir a Venezuela sin que se desate “la guerra de los cien años”, como una vez lo dijera Fidel?

Consciente de tales riesgos, Pepe Mujica el 18 junio 2016, le dirige una carta pública al señor Almagro para exponerle: “Luis: Sabes que siempre te apoyé y promoví. Sabes, que tácitamente respaldé tu candidatura para la OEA. Lamento que los hechos reiteradamente me demuestren que estaba equivocado. No puedo comprender tus silencios sobre Haití, Guatemala y Asunción, al mismo tiempo publicas carta respuesta a Venezuela.
Entiendo que sin decírmelo, me dijiste ‘adiós’.
…Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido.
Pepe”.

Y, en verdad, que es lo que deberían continuar todos los líderes dignos que hoy hacen presencia en un organismo cada día más merecedor, el mismo, de la aplicación de una acción conjunta para transformarlo en algo verdaderamente útil más que para desventuradas fantasías de del fenómeno obsesivo maníaco de tan mala copia hitleriana.

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