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Durante sus últimas semanas, Víctor Jara hizo que sus hijas Manuela y Amanda, y su esposa, Joan, se quedaran por un tiempo en una casa en Isla Negra, lejos de Santiago, ante la inestabilidad creciente en Chile y la posibilidad cada vez más cercana de un levantamiento militar.
El 11 de septiembre, en la mañana, luego de escuchar las noticias sobre la movilización de tropas y el golpe, el cantautor acudió a la Universidad Técnica del Estado (hoy Universidad de Santiago de Chile), su lugar de trabajo, donde debía presentarse en la apertura de la exposición Por la vida... ¡siempre!
“Víctor logró comunicarse conmigo en la tarde y me dijo que debía quedarse en la universidad, porque había un toque de queda. Me dijo cuánto me amaba, que debía ser valiente y se despidió… Esa fue la última vez que hablé con él”, relató Joan Jara en el documental Remastered: Masacre en el estadio.
A la mañana siguiente, un grupo de infantería llevó al cantautor, junto a cientos de estudiantes y profesores, al Estadio Chile (hoy Estadio Víctor Jara), centro de detención donde los militares retuvieron a miles de chilenos. Allí torturaron y también asesinaron.
Jara, músico consagrado y partidario de la Universidad Popular y Allende, fue reconocido por los guardias en la fila de los detenidos, separado del resto y golpeado. A partir de ese momento, comenzaron cuatro días de torturas y vejaciones al artista.
Fue asesinado el 16 de septiembre junto a Littré Quiroga, director del Servicio Nacional de Prisiones, que lo acompañó en las horas finales. Sus cadáveres fueron tirados en un terreno baldío, cerca de un cementerio.
Los militares se ensañaron con él: tenía 56 fracturas óseas y 44 balas en el cuerpo.
La viuda del cantautor rememoró el momento en que recibió la noticia de su muerte: “El 18 de septiembre, a primera hora, un joven vino a mi casa para decirme que el cuerpo de Víctor había sido reconocido en la morgue… Estaba muy maltrecho y cubierto de sangre, semidesnudo y lleno de heridas de bala. Sus manos colgaban de las muñecas, su rostro estaba ensangrentado”.
A 50 años del crimen, la justicia finalmente alcanzó a los culpables.
El mes pasado fue noticia que la Corte Suprema de Chile condenó a siete exmilitares por el secuestro y homicidio de Jara y Quiroga.
Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Ernesto Bethke Wulf, Juan Jara Quintana y Hernán Chacón Soto (quien se suicidó en su casa antes de ser apresado) recibieron penas de 15 años y un día de presidio como autores de los homicidios, y de 10 años y un día como autores de los secuestros calificados.
El séptimo condenado fue Rolando Melo Silva, por encubrimiento. Recibió dos penas: cinco años y un día, más otros tres años y un día.
A esas condenas se suma la de Pedro Pablo Barrientos, un exteniente, hallado culpable del asesinato de Jara en 2016 por un tribunal estadounidense en juicio civil.
Barrientos debe pagar una compensación de 28 millones de dólares a la familia del cantautor y en julio de este año fue despojado de la ciudadanía estadounidense. Las autoridades chilenas tramitan su extradición desde la nación norteña.
Las sentencias de este año son el resultado de una larga batalla legal que inició Joan Jara en 1978. Son, además, la confirmación de las condenas dictadas por el juez Miguel Vásquez en 2018 contra nueve exoficiales del Ejército, que la Corte de Apelaciones de Santiago ratificó e incrementó en 2021.
Luego de la condena de Barrientos en 2016, a la salida del tribunal, Joan declaró a EFE: “Creo que es una gran noticia para mucha gente que en Chile está esperando justicia para sus seres queridos”.
Para ella, su familia y muchos chilenos, la condena de los asesinos de Víctor Jara puede significar el fin de una angustia de décadas, el cierre de un capítulo vital que empezó de manera violenta y traumática, y un paso más en la preservación de la memoria histórica.
Este fallo judicial es también un mensaje contundente contra la impunidad de quienes cometieron crímenes en el pasado y creen que todo permanecerá oculto.
Aunque algunos reivindican a Pinochet y justifican el golpe del 11 de septiembre, la barbarie política y el desgobierno criminal que se instaló en Chile y en otros países de la región, miles de chilenos no olvidan y continúan exigiendo justicia para las víctimas de la dictadura.
La justicia a veces llega tarde, y hay impunidad; la memoria de los pueblos, de los justos, permanece siempre sembrada en el presente, esperando que despierte la justicia mientras se anda el difícil camino para que se abran las grandes alamedas.
Persistió la memoria. Lenta y tardía, pero va llegando la justicia. Ahí siguen, siempre han estado, las letras y las ideas de Víctor Jara. Nunca pudieron lograr que su canto dejara de tener sentido.
Con información de Cubadebate
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