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jueves, 15 de noviembre de 2018

Todavía se vale mandar flores

Por Miguel Cruz Suárez

Clemente alias ¨Serenata¨ casi agarra una insolación en la cola de la florería. La tarde se había complicado bastante porque aparecieron dos velorios fuera de plan y por poco el desdichado se queda con las ganas de comprar el ramito de claveles que soñaba con llevar a la cita pactada con Yumi, diminutivo cómodo y fácil de asimilar, con el cual se conocía a Yumiraxinda Restrepo Arruebarruena,
apodada en la Secundaria como ¨La medicina¨, por lo engorroso del nombre.
Por fin el muchacho, sudoroso y feliz, salió a toda prisa con su regalo floral y en cuanto tuvo un chance llamó al móvil de ¨la Yumi¨ para, con desbordante alegría, anunciar que le llevaba un obsequio especial, pero la respuesta de la otra lo paró en seco: QUE RICO PAPI, ESPERO QUE SE COMA, SE USE, SE UNTE O SE TOME, PORQUE LA ÚLTIMA VEZ QUE ME REGALARON ALGO FUE UN PAR DE ROSAS INÚTILES QUE ME COMPRÓ CHUCHITO ¨BUESA¨.
El pobre Clemente había chocado con un ejemplar clásico de los (las) anti- detalles, especie de humanos modernos que desprecian todo cuanto no signifique beneficios materiales o placeres un poco más palpables que sentir el aroma o disfrutar el colorido de las flores. Esos románticos – fóbicos son seres complicados, pues a falta de práctica han perdido la asombrosa capacidad humana de ver lo hermoso, que muchas veces está más allá de la superficie.
Cuando se trata de una fémina la cuestión es más dolorosa porque por tradición han sido las mayores destinatarias de gestos poéticos, chocolateros o florísticos. Ahora me pongo a pensar en lo complicada que podría haber sido una situación así para Fellín ¨La Máscara¨ que consiguió su única y luchada novia, después de tres años de poesías y más de una tonelada de azucenas, que era, junto a su bondad (tan grande como sus orejas y nariz) el único arsenal disponible para esa guerra sentimental.
Por suerte no todo está perdido, sigue existiendo espacio para los versos y jarrones para las flores. Incluso algunas o algunos que se autoproclaman ¨materialistas o prácticos¨ y que vociferan a los cuatro vientos que prefieren siempre una pierna de puerco que un manojo de orquídeas, en el fondo sienten un grato estremecimiento cuando las estrofas de Neruda o de Dulce María Loynaz, les llegan por boca de una persona que los quiere, como recordatorio de que es casi imposible vivir sin la poesía.

El autor es cubano, colaborador de los periódicos Granma y Juventud Rebelde.

La Bicicleta

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