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martes, 12 de enero de 2016

«El derecho de viajar en silencio»

Francisnet Díaz Rondón
Especial/Noticias A Tiempo.Net
E-mail: josemlct11@hotmail.com

SANTA CLARA, Cuba.-Tengo una amiga que, como muchas otras amistades, decidió viajar fuera de Cuba. Salió a estudiar y a superarse profesionalmente gracias a una beca en una universidad. 
Del viaje supieron pocos, además de los familiares más allegados. Pero, su salida se convirtió, para ella, en suplicio a través de las redes sociales por el simple hecho de que algunos supuestos amigos y excompañeros de estudio no le «perdonaron» no haberles contado de su soberana, personal y única decisión de trasladarse a otro país.
Ella solo viajó, no cometió ni un solo crimen. Solo viajó temporalmente, pero en Cuba para algunos especímenes de doble capa pareciera una obligación dar santos y señas de lo que haces con tu vida. Gente que ni siquiera conversaban con ella antes, luego de su partida, la ofendieron, vilipendiaron y juzgaron de la manera más vil. Casi al mismo estilo extremista de los 80, cuando los que escogieron emigrar fueron repudiados. 
Se dice que cada hecho debe contarse teniendo en cuenta las circunstancias históricas. Pero, ¿cuáles son las circunstancias actuales en Cuba? Ahora, en este país la libertad de viajar no es una utopía inalcanzable. Ya existe una Ley Migratoria emitida por el mismo Gobierno, y quien lo desee, pasaporte y pasaje en mano, puede hacerlo cuando guste. 
Viajar fuera de Cuba de manera legal ha sido por mucho tiempo un derecho deseado, exigido y al fin concretado. Pisar otro país —incluso los Estados Unidos—, ya no se interpreta como traición, a diferencia de hace décadas atrás. La razón triunfó al fin. Aunque mentes obsoletas aún se empeñan en catalogar de sacrilegio el libre derecho de viajar o emigrar. 
Mi amiga me contó angustiada del tormento de los primeros meses para adaptarse, de la soledad y la presión del tiempo para hacer sus deberes; de la frialdad en el trato de varios nativos —e incluso de cubanos que conoció—, y de la dureza de economizar el poco dinero para poder sobrevivir. 
«La gente no sabe lo que una pasa allá para que estén arremetiendo de esa forma contra mí», manifestó molesta y decepcionada. 
Le dije a mi amiga que hizo bien en no hacer público su viaje. En Cuba, no hay frase martiana más vigente, y aplicada, que aquella de: «En silencio ha tenido que ser, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas». Aún más, cuando se trata de poner un pie allende fronteras. 
Quizás sea por la creencia de que las cosas se dan mejor si no se dicen, o porque la energía negativa emitida por la envidia y los malos ojos dificulta todo éxito en los planes personales, o porque, sencillamente, siempre hay gente dispuesta a joderte. Cierto o no, nadie está obligado a contar lo que no desee.
Mi amiga logró superar, no sin sufrir, las calumnias y ensañamientos. Bloqueó en su Facebook a quienes lo merecían, y solo dejó a quienes les mostraron respeto y cariño. 
Respeto y cariño, palabras que devienen bálsamos para aquellos que dejaron atrás su patria por disímiles razones y, que les pertenece tanto como a quienes aún aquí estamos.

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