Fuente, Cuba Debate
Un ejemplar del libro Entre mandarinas y tumbas ha llegado desde Rosario a La Habana, firmado por sus propios autores, con una dedicatoria para Fidel Castro: “Feliz cumpleaños, Fidel. Gracias por el ‘Yo si puedo’. A su tiempo toda semilla da fruto”.
La firman Víctor Hugo Saldaño, Darío Roldán, Juan Alberto Aricaye, Víctor Fabián Molina, J.F., Iván Ezequiel Gallarza, Vítor Manuel Álvarez, Raúl Ledezma e Iván Baiz. Fue impreso en julio de 2016 por Ediciones oCHEnta. Sus nombres no aparecen en letras doradas en los lomos de los best-sellers, ni en los anaqueles de las grandes editoriales, pero esta, definitivamente, no es una obra cualquiera. Cierra un ciclo muy importante para sus autores, de los cuales cuatro hace poco menos de dos años no sabían ni leer ni escribir y, como desgracia añadida, todos son jóvenes que cumplen condena en la Unidad Penitenciaria de avenida Francia al 5000, en Rosario, la ciudad argentina donde nació elChe Guevara.
Desde fines del 2013, el programa cubano “Yo si puedo” llegó al penal con Guillermo Cabruja, coordinador de alfabetización de la Multisectorial de Solidaridad con Cuba, y un pequeño grupo de voluntarios. Han graduado a 50 internos y en estos momentos, se alfabetizan ahora a otros 100, en una cárcel que alberga a poco menos de 500 reclusos.
El programa se mantiene con clases dos veces por semana, que atienden a 24 alumnos, divididos en dos grupos. Han participado unos 70 voluntarios externos y cuenta con una biblioteca, la “Obispo Federico Pagura”, en honor al religioso de 93 años, amigo de Cuba, que la inauguró en mayo de 2015, como otro eslabón de la cadena del “Yo sí puedo”.
Una clase dentro del penal. “Comenzamos con diversos talleres sobre variados oficios o artes, incluidas la música y literatura. Descubrimos que de los 500 internos, más de 300 no saben leer y escribir, o no pasaron de los primeros grados. La mayoría son pobres y jóvenes, entre los 18 y los 35 años, hijos de excluidos. Pibes nacidos en la época del mayor rigor del neoliberalismo, en los 90”, cuenta a Cubadebate Guillermo Cabruja.
Las lecciones siguen el método originalmente diseñado en el 2001 por la pedagoga cubana Leonela Relys, del Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño (INPLAC), de La Habana, y que en el 2006, fue premiado por la UNESCO, porque intenta aliviar una vergüenza en la era de los viajes a otras estrellas y la Internet. El mundo tiene 700 millones de analfabetos, el 10 por ciento de la población humana que habita este planeta, entre quienes está la mayoría de los internos de los penales argentinos que nunca fueron a una escuela, o la dejaron muy tempranamente.
“Las cárceles en Argentina se han convertido en víctimas de las políticas neoliberales. La mayoría son jóvenes, pobres, hijos de excluidos, relacionados con el narcotráfico, sin ningún futuro. Nosotros no preguntamos qué hicieron estos pibes, nosotros queremos ayudarlos. El ‘Yo sí puedo’ hace más que enseñarles a leer y a escribir: les permite otras oportunidades, ser personas íntegras, dignas, crecer como ser humano”, comenta Cabrujas a Cubadebate.
Guillermo Cabrujas (a la derecha) con un grupo de facilitadores del método cubano de alfabetización “Yo si puedo”, que asisten a la Penitenciaría de Rosario.
¿Por qué este libro dedicado al líder cubano? “Porque ellos saben que Fidel es el alma de este programa”, añade Cabrujas sin pensarlo dos veces. Y es verdad. Leonela Relys, quien falleció en La Habana el año pasado, contó muchas veces cómo había nacido la idea de las cartillas del “Yo sí puedo”, que se acompañaron luego con material audiovisual para facilitar la comprensión de los alumnos, además del lápiz y el cuaderno.
Mientras se recuperaba de un accidente, Fidel le habló a Leonela de su niñez en Birán, de los campesinos analfabetos que conoció y no sabían contar, pero asociaban el número de los billetes con las imágenes que traían. Por eso la cartilla del “Yo si puedo” enlaza números con letras y se adapta mejor a la percepción del adulto analfabeto. El diálogo con Fidel le dio una dimensión homérica a la experiencia de la pedagoga, que solo había enseñado antes a leer a niños y a mayores en Haití: el líder de la Revolución quería que aquel método para enseñar a leer pudiera llegar a todos los analfabetos del mundo, comenzando por los de los países latinoamericanos que quisieran sumarse a la aventura. El gobierno del Presidente Hugo Chávez fue el primero en apuntarse. A Argentina llegó después, por el impulso de una gran luchadora social, Claudia Camba.
Por supuesto que la semilla ha dado frutos. Según datos reconocidos por la UNESCO, el método cubano ha logrado alfabetizar en 33 países y ha graduado a más de 10 millones de personas -algunos miles en Argentina-, con un beneficio colateral: inspiró la Operación Milagro, que devolvió la vista a cientos de miles de personas. “Cuando estábamos implementando el ‘Yo si puedo’ en distintas partes de América Latina -contaría Leonela- nos dimos cuenta de que había personas que no podían leer ni escribir porque tenían problemas en la vista. Fidel y Chávez se empeñaron en que eso no fuera limitante para aprender.”
“Hay que agregar este libro a los éxitos de la Pedagogía cubana y a los del propio Fidel”, dice Cabrujas cuando entrega a Cubadebate fotos y videos en los que aparecen los internos argentinos en sus aulas improvisadas. También, los facilitadores y alfabetizadores -algunos de ellos cumplen condenas, pero saben leer y escribir y se apuntaron en el proyecto para ayudar a sus compañeros-; el momento en que los graduados reciben sus diplomas junto a sus familiares, y el bautizo de la biblioteca, que ya tiene más de mil ejemplares donados por la comunidad.
Entre los primeros 18 graduados de la Penitenciaría de Rosario, 7 no poseían cédula de identidad y uno ni siquiera tenía nombre, y lo llamaron Juan, Juancito, asegura Cabrujas.
¿Qué trae “Entre mandarinas y tumbas”?
El titulo del libro lo explica uno de sus autores, Víctor Hugo Saldaño: “Entre mandarinas y tumbas, algo que para muchos no significa nada, pero para los de este lado representa el postre y la comida. En esta época del año son mandarinas las que traen en abundancia, algunas dulces otras amargas… La tumba, ese alimento que te traen día a día para mantener vivo, aunque algunos por dentro están muertos”.
Darío Roldán escribe: “Tengo dos hijos: Franco y Lara. Hice estudios básicos en mi vida que siempre fue buena, en familia. Hoy con ganas de volver con ellos, esperando mi milagro, que viene en camino”. Otro interno dice: “Mi nombre es Juan Alberto Aricaye. Nací el 23 de julio de 1987. Soy de nacionalidad paraguaya. Este tiempo me dio la oportunidad de poder escribir y decir que siempre hay una oportunidad para cada uno”. El penúltimo autor: “Hola, mi nombre es Raúl Ledesma. Nací en Funes el 14 de septiembre de 1972. Hace un año aprendí a leer y escribir. En el 2015 me gustó la literatura, es lo que me hizo cambiar mi pensamiento. Espero que les guste, a mí me encanta.”
Víctor Fabián cuenta su historia en tercera persona para que duela menos:
“En 1988, en una ciudad vecina a Rosario llamada Gálvez nació un niño llamado Víctor Fabián Molina. Al pasar los años y desarrollarse su cuerpo soñaba con ser jugador de fútbol. (…) Su madre se encontró en una situación económica muy difícil de enfrentar. No encontraba la salida, sabiendo que tenía que criar 11 hijos. En ese tiempo Víctor toma la decisión de caminar por la calles de la ciudad como buscando una solución o alguna ayuda para su madre. Pidiendo alimentos casa por casa y muchas veces soportando discriminación de esta sociedad en la que estamos viviendo. Llegó hasta cuidar coches en un supermercado de la ciudad y hasta comer de la basura, algo que nunca pensó que tendría que hacer.”
Otro de los autores de Entre mandarinas y tumbas se presenta con frases que parecen ráfagas: “Mi nombre es Iván Ezequiel Galarza. Muchos no me conocen. Siempre fracasando, hoy gané”.
Programa Yo sí puedo en la Penitenciaría de Rosario
El programa dura 4 meses o un poco más. Atiende 11 pabellones en una unidad penal y cada pabellón es independiente. Se habla con lo líderes, se acuerda si les interesa, se designan las facilitadores internos, que trabajan codo a codo con los voluntarios externos y el asesor cubano. Todo eso lleva un tiempo de preparación. Después comienzan las clases. Dos por día, de media hora cada una.
El compromiso con los voluntarios es que asistan a la penitenciaría una vez por semana, por dos horas. Los facilitadores internos se ocupan de completar las clases en la semana con la cartilla. Se ofrecen 6 clases por semana. En 11 semanas se cumple el programa. “Pero eso solo no los hace mejor persona. Los hace mejor persona decirles que los queremos, mirarlos a los ojos, hacerlos sentir como iguales, reírnos, tomar mate”, dice Cabrujas.
Los alfabetizados del 2014 participaron en el taller literario del 2015 y de ahí salió este libro, publicada en julio de 2016 por Ediciones oCHEnta, de la Multisectorial de Solidaridad con Cuba en Rosario. Fue compilado por Ariana Daniele.
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